En un viejo pueblo del sur, un señor se anotó en una caminata solitaria en la montaña. Alto y de cara impávida, vestido formalmente con un perfecto traje negro y una corbata a juego, escribió su nombre sobre el papel del registro y se largó hacia el camino.
Al anochecer, el hombre no había vuelto. Preocupados, los guardaparques decidieron buscarlo en la oscuridad del monte. Tras largas horas de trabajo, finalmente hallaron su cuerpo, rígido y sereno, dentro de las frías nieblas de la cumbre.
Se armó un gran revuelo, ya que nadie sabía quién era ni a qué había venido. Unos días más tarde del hecho, se presentaron las autoridades de la ciudad investigando la repentina desaparición del difunto. Al parecer, era un escritor de gran renombre que se había escapado de su hogar.
La policía identificó al cadáver y en su rutinaria búsqueda de evidencias encontraron en el registro de visitantes una página suelta, escrita a mano, en la que se leía:
“NADIE RECONOCE A LOS ESCRITORES HASTA QUE MUEREN”
Al anochecer, el hombre no había vuelto. Preocupados, los guardaparques decidieron buscarlo en la oscuridad del monte. Tras largas horas de trabajo, finalmente hallaron su cuerpo, rígido y sereno, dentro de las frías nieblas de la cumbre.
Se armó un gran revuelo, ya que nadie sabía quién era ni a qué había venido. Unos días más tarde del hecho, se presentaron las autoridades de la ciudad investigando la repentina desaparición del difunto. Al parecer, era un escritor de gran renombre que se había escapado de su hogar.
La policía identificó al cadáver y en su rutinaria búsqueda de evidencias encontraron en el registro de visitantes una página suelta, escrita a mano, en la que se leía:
“NADIE RECONOCE A LOS ESCRITORES HASTA QUE MUEREN”
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